No teníamos nada mejor qué hacer. Mi amigo estaba en ERTE y yo sin trabajo hasta al menos dos meses después. Medio en broma, medio en serio me retó a coger el coche e irnos de vacaciones. Cada cierto tiempo, generalmente tras dos cervezas, hablábamos de hacer algún viaje en coche de unos cuantos días, sin un rumbo fijo, solo por el placer de ir en coche y salir de la rutina. Pero al día siguiente a ninguno ya le apetecía tanto como en la noche anterior. Esta vez fue diferente: primero porque la idea surgió sin cervezas y, segundo, porque aquel lunes ya no teníamos que ir a trabajar ni nos esperaban en ninguna parte.

Entonces mi amigo sugirió Galicia, ir a cangas de morrazo porque ya allí tenía un par de amigos que hacía tiempo que quería ver. ¿Y por qué no? Así que pusimos rumbo al norte atravesando media España. La idea era tomárnoslo con calma, evitando las autovías: que el trayecto fuera el verdadero viaje y no tanto el destino. Y es que no teníamos prisa por llegar a ningún sitio. Así fue como nuestro viaje se empezó a transformar en una especie de road movie como las típicas películas de Hollywood. 

Lo más interesante de la primera parte del viaje fueron los pueblos. Cuando estás acostumbrado a viajar entre grandes ciudades, siempre eliges las autopistas para ir de un sitio a otro: es lo lógico puesto que es lo más rápido y seguro. Pero en esta ocasión la idea era otra y fuimos descubriendo rincones de toda esa España vacía que despertaron nuestra nostalgia. 

En uno de esos pueblos estuvimos sentados un buen rato en un parque precioso y vacío mirando el paisaje y no vimos a ninguna persona andando por el pueblo en más de media hora. Al final, nos acercamos a un bar y nos contaron la historia de lo animado que estaba el pueblo unas décadas atrás y cómo se había ido quedando sin un alma. Aunque el objetivo final era ir a cangas de morrazo, la aventura estuvo en todos esos sitios curiosos que descubrimos por el camino. Esperamos repetir la experiencia, pero que no tenga que ser en estas circunstancias…