Un día estaba sentado en la mesa de la cocina, con una taza de café humeante delante. El sol de la mañana entraba por la ventana y proyectaba un cálido resplandor sobre su curtido rostro. Miraba el periódico que tenía delante, con el ceño fruncido por la concentración.

De repente, oí un ruido en el piso de arriba. Mi hija se había levantado temprano de nuevo, preparándose para su día. Sonreí para mí mismo y fui a despedirme.

Al llegar a lo alto de la escalera, pude oírla hablar por teléfono. Parecía emocionada, incluso feliz. Me detuve frente a su puerta y escuché cómo hablaba sobre la charla con el experto en nutrición en Ourense.

«¡Lo sé, yo tampoco me lo puedo creer! Quiero decir, siempre he querido perder peso, pero nunca pensé que fuera a suceder» Hubo una pausa y luego continuó hablando en un tono más bajo. «Sí, estoy segura de que él también se alegrará… Sólo espero que esta vez funcione», Me despedí de ella con un gesto.

«Nos vemos luego, papá», me dijo mientras le besaba la mejilla.

«Ten cuidado ahí fuera», respondió.

Asentí con la cabeza y salí por la puerta, hacia las concurridas calles de Ourense.

Suspiré y sacudí la cabeza con cariño antes de seguir bajando las escaleras. Parecía que no importaba cuántas veces mi hija intentase hacer dieta, siempre acababa cayendo del vagón tarde o temprano. Sólo esperaba que esta vez fuera diferente para ella…