Para un principiante como yo la cocina es un lugar por descubrir que he empezado a disfrutar después de un curso de cocina al que me apunté hace unos meses. Fue por mediación de una amiga que me convenció a acudir con ella porque no le apetecía ir sola. Me comprometí a ir las primeras sesiones y luego ya veríamos, pero al final completé todo el cursillo. Todos me querían mucho en el curso porque era el más inútil y, de esta forma, pasaba más desapercibida su propia incompetencia. 

Pero lo cierto es que le cogí el gusto al asunto de la cocina: me pareció una forma de entretenerse sana y práctica, porque, al fin y al cabo, cuanto más sepas cocinar, mejor y (más saludable) comerás. De todas formas, en mi caso, de momento, me he empezado a ‘especializar’ en repostería, que no suele ser la comida más saludable. Pero bueno, tampoco es que yo tenga problema de peso o de voluntad. Me puede gustar comer un postre, pero puedo pasar sin él. Pero la repostería me parece una buena forma de ir avanzando con la cocina.

Pero estoy notando un cierto problema a la hora de conseguir ingredientes para determinadas recetas. Es fácil conseguir nata para montar o chocolate, pero luego empiezan a hablar de vainillina, yema confitada, sirope de glucosa y cosas así y ya se me complica la receta. Y no falla, cualquier receta que me interesa incluye uno de esos ingredientes misteriosos que no sé dónde encuentra la gente. Desde luego, siempre existe la posibilidad de buscar esas cosas por internet, pero hacer un pedido para pedir un frasco de vainillina cuando solo necesito una pizca me parece demasiado.

Claro, porque a mí lo que me gusta es hacer una lista de ingredientes, ir al súper de la esquina y comprarlo todo. Aquí encuentro la harina, nata para montar, el flan o la mantequilla, las cosas básicas, pero cuando la receta se enreda ya me quedo sin dos o tres ingredientes. Luego siempre viene el cocinero experto a decir que puedes sustituirlo por esto o lo otro: pues a ver empezado por ahí…